Fuente: Catholic.net
Autor: Arturo Guerra
Era abril. Entré a visitar aquella página web. La portada, muy atractiva. El mapa del sitio, muy lógico. Un lapicito simpático aparecía y desaparecía en la esquina superior derecha. En un golpe de ojo te quedaba claro qué era aquella organización, cuál era su visión y cuál su misión. Seguí navegando. Me topé con un anuncio: “¡Ayúdanos a ayudar, adquiere ya nuestras tarjetas navideñas”.
¿Tarjetas navideñas en abril? ¡Vaya previsión!, pensé. Que a los santacloses los empiecen a colgar en los comercios a finales de octubre, ¡en fin!; pero que ofrecieran tarjetas navideñas en abril, no terminaba de cuadrarme. Después entré a la sección de “Últimas noticias”. Un subtítulo invitaba a consultarlas con fruición: “Consulta aquí las noticias recién salidas del horno”. Me encontré en primera página, la crónica de un concurso que se había tenido dos años antes y que por lo visto tuvo mucho éxito. Seguí buscando y, sí, la noticia del concurso era la más fresca de todas… Después quise entrar a una fotogalería y me salió un letrero que decía: “Página en construcción”. Finalmente fui a “Contáctanos”, más que nada para estar seguro de si detrás de todo aquello había algún ser humano vivo; intenté insertar mi comentario, y un letrero no me lo permitió: “Este enlace está en reparación, rogamos disculpen las molestias”…
Son síntomas que sufren hoy algunas páginas web. Flotan por el inmenso espacio virtual como meteoritos sin rumbo fijo; son páginas huérfanas, cuyos padres han emprendido un largo viaje, o desaparecido en combate; son páginas abandonadas.
Es verdad, en su momento fueron lanzadas con gran ilusión. Un entusiasmo del tamaño del mundo quemaba por dentro a sus creadores. Pero al cabo de un cierto tiempo, a estas pobres páginas se les empezó a privar de actualización, de atención, de cariño. Aquella ilusión y aquel entusiasmo se fueron apagando. El combustible inicial ya no fue recargado. Y ahí han quedado: solas, tristes y abandonadas…
Se parecen al jardín de un palacio donde el dueño, por algún motivo, despide al jardinero. Los tres primeros días nadie lo nota. Pero al cuarto, aquel vergel paradisíaco comienza a dejar de serlo. Hierbas horribles van brotando a sus anchas entre las rosas. La hojarasca lo va cubriendo todo. Las hormigas, felices de la nueva libertad para explorar el follaje del roble prohibido. Los setos recortados a la perfección para semejar tres traviesos conejitos, parecen ahora -los tres juntos- un rinoceronte enfadado…
Algo así nos puede suceder con nuestra alma. Al inicio la tratamos con el entusiasmo de quien acaba de lanzar su página web, pero al cabo de un tiempo, la abandonamos. Empezamos por navegarla menos, por actualizarle menos las noticias, le privamos de atención y cariño, y terminamos abandonándola. Sabemos que está ahí en el fondo pero en verdad nos importa poco. Con las prisas, con las ocupaciones, con los mil proyectos de cada día, termina vagando sin rumbo en el espacio.
Quizá de vez en cuando nos topamos con ella, y hasta nos dan ganas de navegarla, de dedicarle un tiempo, pero nos zambullimos de nuevo en el trajín diario y, ¡adiós alma!…
Y la cosa es que lo de vivir dormida como que no le va. El alma es algo vivo. Insiste. No puede reaccionar con la frialdad pasota de la página web abandonada. Unas veces tímidamente intentará despertarnos. Otras veces nos tocará el hombro suavemente como intentando llamar nuestra atención. O nos enviará un mensaje electrónico: “oye, ¿hoy sí tendrás un par de minutos para mí? O nos intentará pedir ayuda. O nos dará ideas. O nos sugerirá comportamientos y decisiones. O nos pedirá cambios. Otras veces, la muy inquieta, nos empezará a preguntar un montón de cosas serias en ese preciso momento en el que estamos totalmente enfrascados en navegar por miles de páginas web, excepto la nuestra abandonada. Y ¡anda!, que justo en ese momento, se le ocurre preguntarnos que si sabemos qué viene después de la vida, que a dónde vamos, que de dónde venimos, que para qué estamos en este mundo, que cuál es el sentido de todo esto…
Y cuando por falta de atención ya no puede más, el alma se sentirá débil, verá que está al borde de perder los derechos de su dominio, se pondrá pálida, respirará con dificultad, querrá gritar con todas las menguadas fuerzas que le quedan que el poco mantenimiento que le damos la está matando…
Pero aún así todavía queda Alguien que se preocupa por ella. Es el Señor, que a veces es como ese jardinero que despedimos. A pesar del despido sigue encariñado con nuestra alma, y trata de hacer lo que puede: nos ayuda a darnos cuenta de que nuestra alma va de mal en peor desde aquel momento en que despedimos al Buen Jardinero. No tiene permiso nuestro de entrar, le hemos quitado los derechos sobre nuestra alma, pero de todos modos él hace lo que puede. No pierde la esperanza. Nos sigue muy de cerca. Nos sugiere, nos invita, nos espera, se queda a la puerta, paciente, sin prisas, cubierto de rocío, pasando las noches del invierno oscuras.
Y es que el Buen Jardinero, o Webmaster, no se resigna a que abandonemos sin más ese don tan precioso que puso en nuestras manos con muchísima ilusión allá en los inicios de la aventura de la vida. Intentará también hacernos llegar mensajes más directos. Avisos que necesitamos para reaccionar. Motivaciones más personales en medio de un problema particularmente difícil, una crisis, una caída, una sorpresa desagradable, una enfermedad que no cede, un imprevisto que lo rompe todo, un fracaso especialmente doloroso, una pérdida nunca imaginada… Vicisitudes que Él permite sabiendo que nos pueden ayudar a despertar, reflexionar, recapacitar, cambiar, convertir… Oportunidades para darnos cuenta de que por ahí no, de que seguir así nos hará mucho daño, de que maltratarla es maltratarnos a nosotros mismos, porque sin el alma no podemos vivir pues es tan nuestra como el cuerpo.
Así que si algún día recibimos uno de estos mensajes especiales en nuestra alma, no nos lo tomemos a mal. No es alguien que nos quiere fastidiar. Es Dios, quien con la urgencia de su amor quiere avisarnos que a nuestra pobre alma la tenemos abandonada. Y que quizá mañana va a ser tarde para reaccionar. Nombremos al Señor otra vez, o por primera vez, el Webmaster de nuestra alma...
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